Creo que es muy importante que un profesional defina y exponga públicamente su ética y deontología, pues es muy fácil ocultarnos tras descripciones de trabajo sencillas, bonitas y ambiguas, que nuestro cliente quiera oír y que sean fácilmente atribuibles a su forma de pensar por sesgos de confirmación. Es así como, muchas veces, es difícil saber cuándo estamos ante un buen entrenador o qué convierte una técnica o método de trabajo en algo adecuado para el problema concreto de nuestro perro.
Mentiría si dijera que solo existe una escuela o una única forma de trabajar que sea efectiva a la hora de adiestrar o trabajar en la conducta de un perro. Sería muy iluso de mi parte creer que solo sirve lo que yo hago y por eso no voy a mentir. No obstante, de momento, el método cognitivo-emocional ha sido el que más se ha ajustado a lo que considero que hay que tener en cuenta a la hora de tratar con perros y personas. De trabajar en su convivencia.
Parto de una ética animalista, en la que no interferiré en el comportamiento o conducta de un animal salvo que sea perjudicial para su bienestar general, ya sea para sí mismo como individuo, o de forma social, ya que influye de manera negativa en la convivencia con el resto de su grupo social (la casa en la que vive). Muchas veces llegan casos de clientes que piden que enseñes a su perro una determinada orden o que extingas una conducta innata, que les viene «de serie». Es necesario educar a nuestros perros, ya que conviven con nosotros, aunque también tenemos que ser conscientes en el momento en que adquirimos uno qué es lo que buscamos exactamente y qué queremos conseguir con ese perro.
Por poner un ejemplo, no voy a adquirir un perro de caza si mi hija de cinco años tiene dos conejitos blancos preciosos a los que les tiene mucho cariño. Entrenar al perro para que evite su conducta de tendencia innata, coloquialmente conocida como instinto, es algo no solo bastante difícil de conseguir, si no que va a alterar negativamente la calidad de vida de ese perro en el ámbito individual, ya que no puede satisfacer su deseo de perseguir a los conejos, lo que le ocasiona frustración, ansiedad, estrés y confusión para con sus tutores por no dejarle hacer algo que considera totalmente lícito, lo que perjudicará a su relación; así como en el ámbito social con la familia, que ve al perro como «el malo», que tiene que saber controlarse y la niña pequeña le tiene miedo porque quiere hacer daño a sus conejos. Ahí tenemos a un grupo social disfuncional.
Por otro lado, para mí mi perro es mi familia. Como miembro de mi familia, siempre buscaré su bienestar. No le veo como una máquina que deba obedecer cada orden que pase por mi cabeza. Mi perro es capaz de pensar, de decidir, de querer. Él tiene su papel en la familia y yo tengo el mío. Ambos convivimos juntos, yo le cambio que sea fiel, leal y siestas juntos en el sofá, por largos paseos que sean suyos, juegos de olfato y enriquecimiento ambiental, dejar que juegue con otros perros y que no vaya a mi sombra todo el día. En resumen, no le veo como una máquina, un esclavo o un animal inferior a mí, le veo como un perro que es, sí, pero siendo parte de mi familia.
Desde mi punto de vista, cuando se trabaja con un perro no estás trabajando solo con él, también lo haces con su tutor y con toda su familia. Por tanto, me comprometo a cumplir las siguientes premisas para mis clientes, tanto humanos como caninos.